Antonio Magliabecchi
El bibliotecario de Cosme III de Médici
Fue un famoso bibliotecario, erudito y bibliólogo nacido en Florencia en 1633. Hijo de Marco Magliabecchi, burgués y Ginevra Baldorietta. Magliabecchi trabajó como aprendiz de orfebre y trabajó de ello hasta cumplir los catorce años. Fascinado por las hojas de libros antiguos en las que envolvía los productos que vendía, un librero cercano le ofrece trabajar con él, lo que es rápidamente aceptado por Antonio. En dos o tres días conocía cada libro de la librería y su posición exacta.
Michele Ermini, bibliotecario del cardenal de Médici, reconoció sus dotes y le enseñó latín, griego y hebreo. En 1673 se convirtió en bibliotecario de Cosme III de Médici. Magliabecchi se convirtió en la figura central de la vida literaria de Florencia; eruditos y biblliófilos de toda Europa se carteaban con él. Aunque su importante posición le dio bastante reconocimiento, es recordado más por sus habilidades personales, y por su enorme capacidad para memorizar lo que leía.
Un personaje único
Ha sido descrito como un glotón literario, y el más racional de los bibliomaníacos, dado que leyó todos y cada uno de los libros que cayeron en sus manos, además de todos los catálogos que caían en sus manos. Su biblioteca personal contenía unos 40.000 libros y 10.000 manuscritos. Su casa estaba literalmente desbordada por los libros; las escaleras estaban llenas de ellos por todas partes. En su casa, la única decoración eran sus libros.
En asuntos mundanos, Magliabecchi fue extremadamente despistado. Incluso se olvidó de reclamar su salario durante un año. Vestía sus ropas hasta que se le caían, dado que pensaba que era una gran pérdida de tiempo cambiarse de ropa cada noche: "la vida es tan corta, y hay tantos libros". Fue un hombre de aspecto salvaje, muy descuidado consigo mismo. Su cena se basaba habitualmente en tres huevos duros y un poco de agua. Tenía una pequeña mirilla en su puerta, por la que podía ver a todos aquellos que se acercaban a él, y si no le apetecía su compañía, los rechazaba.
Tenía fama de feo, grosero y según parece pasaba todo el día sentado en el mismo sillón, donde leía, dormía y comía siempre sin interrumpir la lectura. Los restos de la comida se descomponían al lado de los libros que por otro lado, eran los únicos muebles de la habitación.
Cuenta una anécdota que tenía una copa de fuego para calentarse las manos durante el invierno. Un dia se prendió el vestido y no se percató hasta que la piel comenzó a tostarse.
Pero lo que hacía extraordinario a éste personaje era su extraordinaria memoria capaz de recordar cada libro de su biblioteca y cada página o documento que había leido. Se han contado muchas historias acerca de su impresionante memoria, que era "como cera para recibir y mármol para guardar". Una de las más conocidas de estas historias dice que cuando Cósimo le pidió un libro extremadamente raro, él contestó:
"Señor, sólo hay una copia de ese libro en el mundo; está en la biblioteca del Gran Señor en Constantinopla, y es el décimo primer libro de la segunda estantería a mano derecha según se entra.".
Se convirtió en una auténtica biblioteca viviente y es por eso, que todos le escribían preguntándole por todo tipo de asuntos.
Jamás he tomado anotación de lo que he leido”. “Habiendo el señor Rostgaard necesitado el tomo segundo de las obras de Libanio le dije al momento donde lo tenía exactamente. Para ello hubo re revolver más de quinientos libros en folio, debajo de los cuales estaba.
Recuerdo los datos que deseáis, sin necesidad de buscarlos; pero de ninguna manera me fiaré de mi memoria sin comprobarlos en los libros que he leido.
Daba la bienvenida a todos los eruditos que le preguntaban, siempre que no le molestaran mientras estaba trabajando. Tenía una especial manía por los Jesuitas. Un día señaló a un hombre el Palazzo Riccardi y dijo: "Aquí tuvo lugar el nuevo nacimiento del aprendizaje", y luego, girándose al colegio de los jesuitas: "Ahí vinieron para enterrarle".
Muchos autores y editores le mandaban las obras que publicaban con la intención de que éste les contaran cualquier cosa que fuera de valor pues no sólo estaba al tanto de todo lo referente al mundo de las letras gracias a su incesante correspondencia sino que era capaz de recordar cualquier dato que pudiese ser interesante. Tenía una forma de leer que consistía en leer el título, el prefacio, la dedicatoria o cualquier preliminar de la obra. Luego leía el título de los diferentes capítulos y en el instante podía decir todo lo que los distintos escritores habían publicado sobre el tema, así que le era fácil saber si el libro tenía o no algun aspecto novedoso.
Se cuenta que nunca en su vida se alejó de Florencia más que para ir a Pratz, donde acompañó al Cardenal Norris a ver un manuscrito.
Murió a los 81 años (en 1714) en el monasterio de Santa María Novella. Donó sus libros al Gran Duque para que fueran usados como una biblioteca pública, y su fortuna fue donada a los pobres.
A pesar de su fama, pocas personas han dedicado tanto tiempo de su vida a su propio disfrute y al mismo tiempo, en beneficio de todos aquellos que le reclamaron.
A su muerte en 1714 se creó la Biblioteca Magliabechiana , que llegó a tener más de 150.000 volúmenes y 10.000 manuscritos. En 1861, el rey Victor Emmanuel la fusionó con la privada del Gran Ducado, formando la Biblioteca Nazionale.
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Bibliografía:
George Lillie Craik. Pursuit of knowledge under difficulties: its pleasures and rewards, Volumen 1. Harper & brothers, 1842
Cesare Cantú (1804-1895), Imprenta de Gaspar y Roig (Madrid). Historia universal: Épocas XV y XVI, Volumen 5
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