Historia de las Bibliotecas
EL IMPERIO BIZANTINO
Pronto Bizancio se dio cuenta que la única forma de unir pueblos tan distintos era reforzando su herencia cultural, cuyo testimonio estaba escrito en los libros. En pocas culturas, el libro ha tenido tanta estima. En Bizancio las bibliotecas eran públicas. Los libros resultaban muy costosos por la escasez de materiales, por lo que las bibliotecas privadas fueron escasas y con poca cantidad de fondos. Había pocos copistas y escaso comercio.
Focio, patriarca de Constantinopla y causante de la separación entre la Iglesia romana y la griega. Además escribió la única obra literaria que se conserva de los bizantinos, la Myribiblion (o Bibliotheca). Por el número de autores que describe en ella, Focio debió poseer una biblioteca enorme (pues sus lecturas comprendían varios miles de obras), aunque con seguridad utilizaría las grandes bibliotecas de la capital. Otras bibliotecas privadas importantes fueron la de Aretas y Eustacio. Este último, una de las personas más cultas de su época enfurecía por el despego de los monjes hacia los libros y su inclinación a vender los de sus bibliotecas monacales.
¿Por que eres inculto debes vaciar la biblioteca de obras que transmiten la cultura?. Dejalas en sus armarios, pues alguien vendrá detrás de ti que si no versado en letras, al menos las amará.
De las públicas, las más importantes debieron estar en la capital y entre ellas destaca ala de los emperadores, aunque fueron sistemáticamente destruidas por los conquistadores otomanos y los saqueadores cristianos bajo la bandera de las cruzadas. Un español, Pedro Tafur visitó la ciudad en 1437 y en su obra “Andanzas y viajes de Pedro Tafur” cuenta su admiración por la biblioteca sin mencionar el número ni demasiadas características de la biblioteca. Pero no parece que estuvieran encadenados como en Europa sino guardados bajo llave en armarios. Aparte de la imperial, fueron también importantes la biblioteca de los patriarcas y la de los centros de enseñanza superior.
Fuera de la capital, la más importante fue la del monasterio de San Juan de Patmos. En Bizancio, los monasterios no pertenecían a órdenes religiosas, así que cada uno tenía su propia regla. Su biblioteca comenzó con 50 libros donados por cincuenta libros enviados por el Patriarca de Constantinopla y de donaciones de personas que se sentían atraidas por la isla donde San Juan escribiera el Apocalipsis. En 1201 tenía 330 obras (267 en pergamino y el resto en papel). Aparte de esta, tenemos la de Lavra en el Monte Athos y la de Patmos.
EL MUNDO ÁRABE
Cuando los árabes constituyeron su extenso imperio que desde África Central comprendía India, Asia Menor, África del Norte y España, se inició un contacto fructífero entre las literaturas y las ciencias griegas y árabes. Pronto descubrieron que la escritura era imprescindible para mantener un gran Estado. Así que desde el primer califa que se estableció fuera del desierto (Muavia), todos contaron con colecciones de libros más o menos grandes. Es probable que tradujeran las obras de muchos historiadores clásicos como Tucídices, Heredoto o Jenofonte pues tuvieron gran popularidad. Pronto existieron buenas bibliotecas ya que los califas omeyas y abassíes las propiciaroan. Existían en este imperio árabe grandes bibliotecas, dependencias tanto de centros de enseñanza como de mezquitas o de casas de príncipes, así como de notables bibliotecas particulares. La caligrafía gozaba de gran prestigio y adoptó muy pronto un carácter altamente decorativo. En la primera fase de la evolución, el centro de las versiones al árabe de la literatura griega se encontró en la biblioteca en Bagdad del famoso califa Harum Al-Raschid y su hijo Al-Mamun. Utilizaron manuscritos griegos como textos, más tarde también traducciones del griego al iranio y al sirio.
En España destaca el interés por los libros que tuvieron los califas omeyas, cuyo interés llegó incluso al oído del emperador de Bizancio (que le regaló un ejemplar de la obra de Discórides). La biblioteca que reunió en Córdoba el califa al-Hakam II puede considerarse como excepcional. El mismo escribió una Historia de al-andalus. Aunque puede que sea exagerado, se dice que su biblioteca almacenó más de 400.000 volúmenes y que él mismo escribió el nombre del autor y una pequeña sinopsis. En el resto de los posteriores reinos de taifas hubo importantes bibliotecas, tanto públicas como privadas.
LA ALTA EDAD MEDIA EN EUROPA
En los tiempos medievales, con las invasiones bárbaras y la caída del Imperio Romano de Occidente, la cultura retrocede y se refugia en los monasterios y escritorios catedralicios, únicos lugares que albergan bibliotecas dignas de tal nombre. Son centros donde se custodia la cultura cristiana y los restos de la clásica, al servicio de la Religión.
La España Visigoda vivió un renacimiento cultural en parte influída por Italia. Podemos suponer la existencia de una Biblioteca Real en Toledo, aunque desconocemos si era propiedad de los monarcas o de la corona.
En la España bajo el dominio visigodo se crearon escuelas episcopales, de donde nacieron las bibliotecas más importantes de este periodo. En Sevilla precisamente, consiguieron reunir los obispos San Leandro y posteriormente su hermano San Isidoro una voluminosa biblioteca familiar que serviría de base a este ultimo para escribir sus “Etimologías”, obra enciclopédica de importancia capital durante toda la Edad Media. Una de las partes que componen esta obra está dedicada al libro y a las bibliotecas. La biblioteca estaría intsalada en un local de hermosa aparencia, con el suelo y techo recubiertos de mármol verde como el de Caristo (Etimologías XI) para que la mirada descansara, con armarios de madera adosados en las apredes. Por otro lado, los monasterios visigodos, que solían tener una escuela aneja, contaron con pequeñas colecciones de libros de carácter religioso. En esta época, los libros seguian siendo carísimos así que sólo estaban al alcance de unos pocos.
En el resto de Europa se crearon en esta época monasterios con importantes bibliotecas, como el de Montecasino (Italia), fundado por San Benito, el de Vivarium (Italia), fundado por Casiodoro, y Luxeuil y Bobbio, fundados ambos por San Columbano. Un discípulo de éste, San Galo, fundó el monasterio de Saint Gall (Suiza). Los monjes irlandeses, en su afán misionero y evangelizador fundaron por ejemplo Lindisfarne (Inglaterra). En Saint Riquier, monasterio fundado por un discípulo de San Columbano se sabe que llegó a tener 100 monjes trabajando en el escritorio y se conoce un catálogo del año 831 con la descripción de 256 códices que suponen aproximadamente 500 obras. Estas bibliotecas no estaban al servicio de la población sino de los clérigos de la institución propietaria.
La dedicación a los libros en la vida monástica tiene en gran parte su explicación en que los monasterios seguían la regla de San Benito, que establecía la división de la jornada entre el trabajo manual, la oración y la lectura. Esta lectura podía ser en privado, en la celda o en el claustro, o también en forma de trabajo, traduciendo o copiando libros existentes.
Para ello, había en los monasterios importantes un escritorio, que consistía en una habitación aislada, con atriles y con luz natural, donde los monjes, en su mentalidad de autoabastecimiento a todos los niveles, producían libros para uso del propio monasterio. Así se iba conformando una colección de libros que normalmente cabían en un armario. De ahí, que el responsable y supervisor de los trabajos del escritorio fuera el armarius. Asimismo, todos los oficios relacionados con la confección de códices tienen sus denominaciones: copista (el que copiaba), rubricator (el que iluminaba y dibujaba las letras capitales) o ligator (el que encuadernaba).
Una biblioteca monacal podía estar compuesta por varios centenares de libros. El libro por antonomasia era la Biblia, además de los libros necesarios para el culto y los textos de los Padres de la Iglesia. En mucha menor medida, se copiaban textos paganos de autores clásicos latinos y griegos para conservar las lenguas de la Antigüedad. Por entonces, ya existía el préstamo de libros entre monasterios para poder copiarlos.
El Imperio Carolingio:
Además de las bibliotecas de los monasterios, señalamos un foco de gran interés cultural en la Corte Imperial de Carlomagno en Aquisgrán. Éste, que fue coronado en el año 800, promovió un movimiento cultural que recibiría el nombre de Renacimiento Carolingio, cuyo núcleo residía en la Escuela Palatina, creada para el fomento de la instrucción y el estudio. Mandó llamar a sabios extranjeros, entre los que es digno de mención Alcuino de York, un inglés de vasta cultura y con experiencia como bibliotecario. Éste consiguió traer textos de toda Europa y fundaría la Biblioteca Palatina, que haría las funciones de lo que hoy entendemos como biblioteca nacional, biblioteca universitaria, biblioteca pública y archivo. Por otro lado, es importante mencionar la biblioteca privada del propio Carlomagno, con muchos libros ilustrados.
LA BAJA EDAD MEDIA EN EUROPA
Una vez superado el terror al fin del mundo que provocó el año 1000 y que marcó la Alta Edad Media, entramos en una época de recuperación económica, con más comercio, más profesiones y más población. Las ciudades empiezan a tomar fuerza y la actividad cultural pasa del aislamiento del monasterio en zonas rurales al bullicio de los núcleos urbanos, que responden mejor a las nuevas necesidades. Las instituciones por excelencia de la Baja Edad Media son la catedral y la universidad, que nace en estrecha conexión con la Iglesia.
La vida monástica entra en decadencia en muchos lugares, donde sus bibliotecas y sus tesoros bibliográficos empiezan a ser descuidados y olvidados, aunque en algunos casos como la de Santa María de la Huerta o la de Poblet aumentaron sus fondos. El obispo inglés Richard Aungerville de Bury da fe de ello en su obra Philobiblion, donde se lamenta del trato que reciben los libros. Los comisarios de Enrique VIII en Inglaterra destruyeron en sólo 3 años 800 monasterios con sus respectivas bibliotecas. No menos de 300.000 volúmenes. Igual hicieron los hugonotes en Francia o las rebeliones de los campesinos en Alemania. La guerra de los Treinta Años fue la puntilla a este triste espectáculo.
Bibliotecas catedralicias: Las escuelas catedralicias que nacen en la Baja Edad Media suponen un aumento de la población estudiantil y son reflejo de las nuevas preocupaciones intelectuales. Muchas catedrales tendrán importantes bibliotecas, como la de Verona, la de York o la de Durham. En España, las catedrales de los territorios reconquistados tuvieron su biblioteca, como son Oviedo, León o Gerona. La más antigua de las existentes es la Catedral de Verona que ha funcionado ininterrumpidamente desde el siglo V y en ella se conservan 5 códices de esa centuria. En general estas bibliotecas quedaron rezagadas en comparación con las monacales aunque también se beneficiaron del renacimiento Carolingio.
Las bibliotecas universitarias:
En el s. XIII las universidades alcanzan su constitución definitiva. cuya vida ha llegado hasta nuestros dias. Son una derivación de las escuelas catedralicias, pero ahora tienen entidad propia, al margen de la catedral y de las órdenes religiosas. La universidad de Bolonia es la más antigua del mundo. También ven la luz en esta época la universidad de la Sorbona, Oxford, Cambridge o Toulouse.
En España, las universidades no se hicieron esperar. La primera fue fundada en Palencia en 1212, a la que siguieron Salamanca y Valladolid. La biblioteca de la Universidad de Salamanca adquirió una gran importancia, que mantiene en la actualidad. Los libros, que a pesar de todo siguen teniendo un fuerte sesgo religioso, son considerados ahora un instrumento de trabajo y de conocimiento, de uso diario por parte de profesores y alumnos. Por tanto dejan de ser objetos de veneración y se convierten en instrumentos de trabajo.
Las primeras bibliotecas universitarias son bibliotecas de escuela o facultad. Estas responden en muchas ocasiones al siguiente patrón, que procede de las órdenes mendicantes: sala de lectura de planta basilical con bancos (como en las iglesias) y libros encadenados colocados en atriles. Este modelo arquitectónico perdurará durante varios siglos. Existían además libros que no estaban encadenados y que descansaban normalmente en un baúl. Estos se prestaban bajo fianza si había más ejemplares de esa obra. Ya existían como vemos reglamentos internos de bibliotecas. El procedimiento de adquisición de los libros consistía básicamente en la donación, a menudo en forma de legados. El cargo de bibliotecario no era relevante, por lo que el responsable solía ser un profesor o un estudiante.
En España, el rey Alfonso X estableció en la universidad de Salamanca el cargo de estacionario que había de recibir un sueldo pagado por la universidad y a través de la pecia, debía resolver los problemas de los estudiantes en sus necesidades de libros.
Las bibliotecas reales:
Además de las bibliotecas universitarias, existen importantes colecciones reales. La biblioteca más importante en la Europa cristiana del s. XIII debió de ser la del rey Alfonso X el Sabio y su hijo Sancho IV. Para la elaboración de la obra “Las siete partidas” tuvo que haber en dicha biblioteca obras jurídicas y legislativas. La biblioteca debió contar también con obras históricas, científicas y recreativas, como por ejemplo de ajedrez. Otros reyes bibliófilos que destacaron son los franceses San Luis y Carlos el Sabio, considerado el auténtico fundador de la BNF.Las bibliotecas privadas:
Por otro lado, muchos nobles y damas aristocráticas fueron creando sus propias bibliotecas, en gran parte a raíz de libros que encargaban para su lectura privada. Estos estaban tenían bellas ilustraciones y estaban escritos en su lengua vernácula. Buen ejemplo de ello son los libros de horas, género de gran difusión a finales de la Edad Media. El prototipo de biblioteca bajomedieval al servicio de la aristocracia es la de los Duques de Borgoña. También los nobles castellanos de esta época tuvieron sus bibliotecas, como la del Marqués de Santillana. Se conserva parte de ella en la BNE.La Biblioteca de la universidad de Salamanca:
La universidad de Salamanca fue creada en el año 1215. Paralelamente, puede considerarse también como fecha de nacimiento de la Biblioteca Universitaria el año 1254, puesto que la Carta Magna de Alfonso X ya recogía como antes hemos mencionado la creación del cargo de Estacionario En cuanto al local, en 1470 los libros abandonaron la casa del Estacionario y se trasladaron a una sala exclusiva para ellos, situada en la zona alta de la capilla. Sin embargo, a principios del siglo XVI, la instalación del retablo de Juan de Flandes obligó a derribar el techo que separaba la capilla y la Biblioteca, de modo que la Universidad debió quedar unos cinco o seis años sin sala para sus libros. En 1509 se abordó la construcción del local actual, en la planta alta del claustro. . La falta de noticias hace creer que sus origenes sus fondos fueron poco voluminosos. Se sabe que en 1471 contaba con 201 volúmenes.
A mediados del siglo XV recibió un centenar de libros donado por el teólogo Juan de Segovi, Alonso Ortiz cedió 1.199 volúmenes y por otro lado, en 1548, la donación de Hernán Núñez de Toledo, el Comendador Griego, conocido también por El Pinciano: casi todos los ejemplares de esta donación llevan anotaciones manuscritas de su propietario y, aunque el número de obras transferidas es algo menor que en el caso anterior, se incorporaron a la Biblioteca, además de manuscritos, también incunables e impresos, la mayor parte clásicos latinos y griegos, así como libros de historia.