Las Misiones Jesuíticas
Las misiones jesuíticas guaraníes, fueron los pueblos misionales fundados por la Compañía de Jesús entre los guaraníes y pueblos afines, que tenían como fin evangelizar a los nativos de la actual provincia argentina de Misiones, el norte de Corrientes e importantes territorios actualmente en el Paraguay y sur del Brasil. La Compañía de Jesús se estableció por tanto en una vasta zona del continente americano. La gran necesidad de libros que padecían para su labor evangelizadora, era paliada con las importaciones que hacían frecuentemente desde la península. Con el objetivo de obtener una licencia para imprimir y una imprenta, se apoyaron en la necesidad de editar gramáticas y sermones en las lenguas indígenas. Al no conseguirlo, decidieron construirla ellos mismos. Fruto de esa rudimentaria imprenta fué en 1700 el Martirologio romano en el pueblo de Loreto. Le siguió el Flos Sanctorum un año después. Los dos con muchas deficiencias. Esto se corrigió en el año 1705 con la obra “De la diferencia entre lo temporal y lo eterno. Crisol de desengaños2 de Juan Eusebio Nuremberg, de una calidad sorprendente sobre todo por sus magníficas láminas, 67 de ellas grabadas en manera y 55 en bronce. El texto a dos columnas, está en guaraní.
La labor impresora de los jesuitas no fue todo lo prolífica que hubiesen deseado por la necesidad que tenían de importar el papel desde la lejana Europa. Se desconoce con certeza si hubo una o más imprenta, pues en los pies de imprenta figuran distintos lugares: Loreto, San Javier, Santa María la Mayor. Quizás tuviesen más de una o quizás como parece probable, la imprenta fuese itinerante.
En Córdoba fundaron la Universidad de San Ignacio de enorme prestigio, donde hubo una excelente biblioteca y una imprenta que finalmente, pudieron comprar en Génova, siendo el primer libro publicado allí en el año 1766.
Más tarde, los jesuitas fueron expulsados de los territorios de la Corona española a través de la Pragmática Sanción de 1767 dictada por Carlos III el 2 de abril de 1767 y cuyo dictamen fue obra de Pedro Rodríguez de Campomanes. Al mismo tiempo, se decretaba la incautación del patrimonio que la Compañía tenía en estos reinos (haciendas, edificios, bibliotecas). Su marcha del continente fue un duro golpe para la educación y la cultura en el continente. Sus fondos de libros antiguos, los heredaron otras congregaciones, se expoliaron o pasaron a otras bibliotecas.